“Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.” Deuteronomio 6: 6, 7
El mandato de Dios a los padres sobre las verdades eternas que deben traspasar el tiempo, la distancia, las costumbres y los gustos personales, deben apropiarse significativamente por los padres y tutores que ejercen el rol de maestros. Si algo sobresale en los roles que ejercen los padres durante su labor terrenal es la tarea de ser maestros.
A diferencia de aquellos personajes que instruyen formalmente en las aulas de clases, los padres no reciben sueldo quincenal ni mensual, pero a más de ello los padres enseñan a tiempo completo, de día y de noche, preparando la clase y sin prepararla, sabiendo el tema a tratar y también sin saberlo por adelantado, formalmente e informalmente, audiblemente y en silencio, cansados y también descasados; estas son algunas de las diferencias de los padres con los docentes.
En todo tiempo los padres enseñan, lo quieran o no.
¿Cuál entonces sería la garantía de cumplir la tarea asignada por Dios? El texto bíblico nos dice: “Poner la Palabra de Dios sobre nuestro corazón”, y Proverbios 4 nos dice: “Recibir la Palabra y guardarla”. Será con esta palabra recibida que habrá consejo para dar.
Esto requiere disposición para recibir y acción para dar; fe al recibirla y esperanza al sembrarla; humildad al aprenderla y disciplina al compartirla; diligencia al buscarla y paciencia al enseñarla.
El desafío es evidente pero el recurso de la Palabra es trascendente e inagotable. Para lograr el sueño solo se necesita: “un corazón de padre que ame la Palabra”.
Peticiones de oración
‹Influenciar a nuestras familias con la Palabra