“Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora.”
En la vida matrimonial el gozo no debe faltar. Juan el apóstol nos recuerda un evento muy particular donde nuestro Señor Jesucristo es el protagonista por excelencia.
“Las bodas de Caná de Galilea” (Jn. 2:1-12).
El Nuevo testamento no aprueba que el cristiano nacido de nuevo sea bebedor de vino, sin embargo, Jesús interviene en esta boda para que no falte el vino, “el buen vino”. La enseñanza en este pasaje es que por la presencia de Jesús a estos recién casados no les faltó el gozo en su fiesta de bodas.
El Antiguo Testamento hace un énfasis muy particular referente al vino, de manera que éste no aporta mucho a la vida del hombre y lo resume diciendo: “dad el vino a los de amargado ánimo” (Pr. 31:6).
Uno de los grandes desafíos para la vida matrimonial es no caer en la amargura por los sinsabores que aparecen en el caminar de la pareja matrimonial.
Se requiere la intervención de nuestro Señor Jesucristo para no caer en ese remolino absorbente que puede devastarnos y causar estragos.
Si queremos mantener la frescura y la vitalidad que solamente nos da el Señor, debemos mantener en nuestro caminar matrimonial el gozo que viene de su Espíritu Santo. Libérese de toda contaminación emocional que interfiera en su trato de pareja, esto es un verdadero desafío, pero finalmente es una necesidad para la salud en todo sentido. ¡Clame al Señor por esa libertad!
Una vez que el amor de Cristo es el motor de nuestro trato matrimonial, su gozo no podrá faltar. Dios Padre reservó la presencia de su Hijo para nuestros días y debemos aprovecharlo. Esa es la base fundamental para que su paz inunde nuestro hogar.