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Hagamos una fiesta

“Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.” Lucas 15:24

El padre del hijo pródigo o despilfarrador grabó una verdadera novela de la vida real. Se asemeja a lo que hoy viven muchos padres con sus hijos. El menor pidió la herencia y se fue lejos para no tener supervisión. Allá se perdió en el vicio, se revolcó en el lodo y malgastó lo que a él no le costó.

Cuando necesitó ayuda nadie se compadeció de él, pero en  su conciencia había un testimonio de la buena enseñanza de un padre amoroso. La necesidad, la soledad y la conciencia se unieron para hacerle reflexionar y se combinaron para su arrepentimiento.

Sus palabras de arrepentimiento testifican de su conocimiento falto de experiencia de fe. Su deseo acompañado de su voluntad le sirvió para iniciar de nuevo.

Solo hacía falta un último ingrediente: alguien que le diera valor a sus palabras de arrepentimiento y celebrara públicamente ese giro en su vida; el paso de fe que necesita el apoyo incondicional.

Como en toda novela, no faltó el villano que quería echar a perder la esencia del drama. El hijo mayor no se alegró por el regreso de su hermano, sin embargo, el padre de familia no se deja influenciar por la actitud de este hijo que confía en su propia justicia que esconde crítica, envidia y amargura.

Vísitanos: Urdesa Central, Victor Emilio Estrada 822 e Higueras

Cuántos hijos en el día de hoy nos ponemos este mismo ropaje. Pedimos sin importar lo que costó a nuestros padres obtenerlo, nos alejamos para no ser supervisados, malgastamos sin valorar lo que tenemos, probamos aquí y allá, pero finalmente nada nos sacia.

Finalmente la Palabra de Dios que fue sembrada en nuestro corazón nos avisa que estamos mal, que necesitamos un cambio y que nada es mejor que regresar a casa, donde nos aman y de donde salimos

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